miércoles, 18 de mayo de 2016

El crimen de Alcuéscar: el ocaso de Concha ‘la Somera’

A inicios del lejano año de 1906 en el vecino pueblo de Alcuéscar tuvo lugar un asesinato. El crimen presentaba todos los ingredientes para convertirse en una novela amorosa contada a la ciudadanía por entregas. Pronto algunos periodistas se desplazan hasta el cacereño pueblo para conocer de primera mano los detalles del caso, instruido en el Juzgado de Montánchez. La sociedad pueblerina del momento incrimina a Concha ‘la Somera’, una mujer que no se adapta a los machistas cánones del momento. La víctima es un señorito adinerado. Este caso hizo que corrieran auténticos ríos de tinta en los periódicos de principios del siglo XX. Nosotros vamos a hacernos eco del caso recurriendo a las informaciones publicadas a lo largo de tres días por ‘El Imparcial’. En el tratamiento periodístico del denominado “Crimen de Alcuéscar” se mezclan el sensacionalismo, el machismo y el clasismo con la única finalidad de vender más periódicos. La mentalidad de la sociedad del momento se impone frente a las razones o los hechos. Esto es lo que recogió la prensa: 

‘El Imparcial’ (02/03/1906):

“Perfiles del Día”

<<Nuestro excelente corresponsal en Mérida ha lanzado á la publicidad la historia espantosa del crimen de Alcuéscar, y en él aparece como autora del asesinato del Sr. Castilla aquella famosa Concha La Somera, que fué la figura principal del proceso del “Muerto Resucitado”, cuyos incidentes conmovieron á toda España hace muchos años y produjeron la fiebre en el pueblo de Plasencia.

Los lectores de EL IMPARCIAL conocen el caso sobre el que venimos publicando extensa información. Nada más emocionante y siniestro. La Somera va de Cáceres á Alcuéscar á ver á su hijo, que sirve en casa del Sr. Castilla. Es allí recibida con agasajo cariñoso. De repente aquella mujer quiere robar al honrado caballero que tan benévola protección la otorgaba, y en el desarrollo de una serie de escenas que espantan, La Somera mata de una puñalada al hombre bondadoso que había colmado de favores á ella y á su hijo.

Ahí está otra vez, destacándose ante la mirada de los hombres, el perfil trágico que brota de en medio de la monotonía de la existencia para recordar las fierezas indominables del instinto primitivo, jamás domado suficientemente por la civilización.

La Somera representa esa cantidad de fuerza expansiva é inconcebible que yace escondida aquí y allá como los paquetes de dinamita en el moderno campo de batalla. Ayer esa esencialidad trágica aparecía en Plasencia como la salvadora de Eustaquio Campo Barrado, del hombre desposeído de su fortuna, que había perdido el entendimiento, la memoria, el haber, el nombre. Entonces esa mujer era el ángel que, llevando de la mano al pobre imbécil y harapiento, quería reconquistarle cuanto la naturaleza y la sociedad le habían quitado… De entonces á acá, La Somera permaneció en la sombra; pero la fuerza de expansión trágica, acumulando en la inercia la energía, ha estallado de nuevo en la casa del honrado caballero de Alcuéscar.

Ayer Concha La Somera evocaba los recuerdos de las hembras sublimes que han puesto en la defensa desinteresada de los justos la abnegación suprema y el sacrificio sin límites. Hoy evoca la memoria negra de la criminal odiada, que cubre con las faldas femeninas un monstruo de maldad.

Los cronistas del proceso del “Muerto resucitado”, hablando de ella, nombraba á Cordelia, la hija del rey sin trono. Ahora parece surgir del hediondo sepulcro y marchar desde el cementerio del Este a las cárceles del pueblo extremeño en busca de su espíritu gemelo el fantasma de Higinia Balaguer.

“La tragedia de Alcuéscar. El ocaso de una heroína. En marcha á Alcuéscar. Quién era la víctima. Audacias de la Somera. Lúgubre cantar”

Voy en el tren de la línea de Cáceres, que dejo en el trayecto para ir á Alcuéscar.

Valiéndome de un amigo, envío por Cáceres estas informaciones recogidas en el camino.

A la tarde, si puedo, telegrafiaré desde Montánchez.

El muerto, D. Manuel Castilla Tena, de treinta y cinco años de edad, natural de Guadalcanal, pertenecía á una familia distinguidísima de aquel pueblo andaluz, y era sobrino del general Castilla, muerto en Badajoz recientemente, y pariente de los Golfín y del gran poeta Adelardo López de Ayala.

Hace ocho años casóse con una señorita de Alcuéscar, con la que ha tenido dos hijos y á la cual ha dejado embarazada.

A fin de montar una gran industria de pan por procedimientos modernos, había realizado sus fincas de Guadalcanal, y el hijo de la Somera era empleado de su fábrica.

Se cree que la Somera, más que loca, como ella quiere hacer creer, es una criminal solapada y terrible.

Al entrar en la cárcel dijo que se burlaría de tanto tonto como tiene la justicia, y pidió chocolate en obsequio á su celebridad.

Viendo pasar por la cárcel el entierro de su víctima, compuso esta copla:

“Gracias a Dios que he llegado
á las puertas de esta villa
para quitar de este mundo
á Don Manuel Castilla”.

“En el lugar del suceso. Diversidad de opiniones. La casa de la tragedia. Visita á la viuda. Cuadro doloroso. La viuda relata el crimen. La Somera ¿mató por robar, ó por despecho amoroso?. El juez instructor”

Acabo de llegar á Montánchez, con objeto de telegrafiar las impresiones que he recogido durante dos horas de permanencia en Alcuéscar, que no tiene telégrafo.

La opinión recogida en estos pueblos muéstrase propensa á creer que la Somera no es loca, sino una criminal expertísima. Acerca de los móviles del hecho, no hay afirmación terminante alguna.

En general, nadie cree en el robo, como estímulo determinante, sino la familia de la víctima; y en cambio, enlazando hechos dispersos y rumores públicos, no sería difícil creer en un crimen pasional, como explicaré luego.

He visitado la casa del crimen, que tiene aspecto de solariega, con fachada á tres calles y con un escudo de hidalguía tallado en granito sobre la puerta.

El digno párroco de Alcuéscar, D. Pedro Sánchez, tuvo la amabilidad de acompañarme y presentarme á la viuda del Sr. Castilla, de Natividad Cáceres, bellísima señora de unos treinta años, cuya interesante palidez se rozaba bajo los negros paños del luto y por el dolor de la tragedia, aún impreso en su semblante.

Lloraba la viuda ante el ancho hogar donde el fuego ardía, y rodeábanla amigas y sirvientes.
Sus hijas María y Luisa son dos niñas rubias como arcángeles, de tres y seis años de edad, respectivamente.

En aquella silenciosa casa y con las puertas cerradas parece flotar aún lo terrible.

-¡Allí, allí –me decía doña Natividad con espanto- cayó mi pobre marido!

Y desde su sitio señalaba las gradas del pasillo donde había chocado la cabeza del inerte esposo.

Suplicando yo á doña Natividad que me relatara las escenas que tal horror había sembrado en su hogar, empezó a hacerlo después de serenarse, y no sin tener que interrumpir con frecuentes lloros.

He aquí su relato.

Hace seis meses, la Somera, que vivía en Cáceres, vino á Alcuéscar, sin otro objeto que buscar colocación á su hijo Ignacio como panadero en la fábrica del Sr. Castilla.

Este, que no conocía á la Concha ni á su hijo, ofreció que le tendría en memoria para cuando le hiciese falta.

Tres meses después, súpose que Ignacio y Concha vivían en Montánchez, y hace quince días el primero se trasladó a Alcuéscar en concepto de operario de la casa del Sr. Castilla.

Ni lo trataba la familia de éste, ni sabía qué clase de sujeto era moralmente; sólo estaban enterados de que era un buen trabajador.

Tres días antes del crimen, sin que nadie la esperase, cuando la familia de Castilla abrió por la mañana las puertas de su casa, presentóse en ella la Somera.

Sábese que había llegado á Alcuéscar al mediar la noche anterior, y que había esperado en la calle.

Dijo que venía á establecerse en Alcuéscar, y rogó á doña Natividad que la hospedase dos ó tres días hasta que ella arreglara sus asuntos.

Aunque no dejaba de ser extraña la petición de la Somera, ésta ganóse pronto la voluntad de la señora por su dulce y gallardo aspecto y por su extrema ternura con los niños, á quines en los dos días siguientes hacía decir oraciones, y á los cuales llevaba á misa y de paseo.

Absolutamente nada anómalo se observó en ella; y así llegó la noche del crimen.

Eran las once. En el comedor conversaba el Sr. Castilla con un amigo suyo, el Sr. Andújar, del vecino pueblo de Santa Amalia, á quien tenía que pagar una fuerte partida de trigo. Doña Natividad, después de haber acostado á sus niños, dormitaba en la cocina.

En una habitación situada frente á ésta hallábase ya acostada Concha, y en el suelo, sobre una manta, su hijo Ignacio.

Doña Natividad, cuyas otras dos criaturas dormían fuera de la casa, observó que la Concha, no desnuda, aunque acostada, se había levantado dos ó tres veces, á pretexto de beber.

Dentro de la habitación de la Concha había una bodega, cuya llave echaba y se guardaba todas las noches doña Natividad. Aquella noche, cuando fué a cerrar, no encontró la llave, y, vigilada por la Somera, ésta le dijo al fin que no tenía que cerrar puerta alguna.

Como insistiese la señora, levantóse la criminal y amenazó con un revólver.

A los gritos de doña Natividad, Castilla y Andújar, con una escopeta el uno y con un revólver el otro, acudieron desde el comedor.

Refugiada la Somera en su habitación y sin descubrir su cuerpo, amenazaba con el revólver á los hombres, y ellos, persuadidos por doña Natividad, á quien horrorizaba el que disparasen contra una mujer, salieron de la cocina, y, llevándose á la señora, se dirigieron á la habitación de los niños, no sin haber comprobado antes que, tanto la puerta de ésta como la de la calle, no tenían puestas las llaves.

Entonces pidieron auxilio por una reja de la calle.

Suplicaba la señora á Ignacio que, contra el empeño de su madre, que seguía desafiando á todos, abriese la puerta principal.

Ignacio, según la señora, luchaba mientras tanto con su madre para calmarla y contenerla; pero, fuese por temor, ó porque en ello no pusiera gran empeño, nada logró.

Lo demás ya es sabido de los lectores de EL IMPARCIAL…

Solo debo confirmar que el Sr. Castilla fué muerto por Concha delante de un guardia que la custodiaba después de haberla desarmado los demás del revólver.

Los otros guardias, uno de los cuales, por fatal equivocación, había herido á Ignacio, que se presentó poco antes inofensivamente, buscaban á los seis hombres que decía la Concha tener ocultos.

Aludía, sin duda, á las seis cápsulas de su revólver, arma de tan mala calidad que, al dispararla su dueña, quedó el proyectil obturando el cañón, por fortuna de los guardias, de las autoridades y del público.

Para éste, en todo Alcuéscar resulta lamentable la fatalidad que pudo hacer que la intervención de la Guardia civil sirviera para causar inútilmente una víctima, y no para evitar la muerte del Sr. Castilla en su misma presencia.

Doña Natividad no cree loca en modo alguno á la Somera, y afirma que la intención de ésta fué el robo, y que se trata de una criminal, maestra suprema en el arte de serlo, ó, cuando menos, en el de captarse la confianza de las gentes con halagos é hipocresías.

Con respecto al hijo, nada puede apreciar doña Natividad, aunque le resulta equívoca su conducta.

Ahora bien; no cabe duda de que tampoco, como tal ladrona, es muy explicable la conducta de una mujer que, pudiendo esperar á que durmiesen todos, empezó por avisarlos y advertirlos.

Voy á lo que pudiéramos llamar motivos pasionales.

La Somera cerró la puerta de la calle y guardó todas las demás de la casa, como con el único objeto de privar de escondite ó refugio á su víctima ó víctimas. Ella mató al señor Castilla como quien cumple un objetivo tenazmente determinado, puesto que, si su idea hubiera sido matar á cualquiera, habría podido matar al alguacil que tenía al lado cuando salió D. Manuel. Ella había venido á casa de Castilla preparando la muerte de éste con todo género de astucias.

¿Era, acaso, tal muerte su único ideal en todo el audaz y horroroso drama? En Alcuéscar se cree que sí.

Concha la Somera, que conserva en sus cuarenta y tanto años bastante belleza, había conocido á D. Manuel hace lo menos seis meses, y tres después trasladóse desde Cáceres al pueblo de Montánchez, sólo dos leguas distante de Alcuéscar, y se afirma que D. Manuel, joven y gallardo, iba con frecuencia á Montánchez y visitaba á la Somera.

Y se afirma igualmente que, cerca de la casa de la Somera en Montánchez, vivía otra mujer con quien el Sr. Castilla acaso intentara ó consiguiera alguna amistad…

De modo que vine á estos pueblos á salir de dudas y tengo adquirida una más.

¿Es la Somera una ladrona y asesina osadísima, ó una loca? Hay que preguntarse, además, con todo el pueblo de Alcuéscar: ¿Es una amante vengativa?

Confío en que mañana, por las investigaciones que haré aquí y mediante alguna entrevista con la célebre Somera, podré esclarecer estas dudas, podré, cuando menos, inclinarme á cualquiera de esas tres interrogaciones.

La Somera está en la cárcel de este juzgado, así como su hijo, herido.
Instruye el sumario con toda actividad el dignísimo juez D. Alfonso de Pando>>.





‘El Imparcial’ (03/03/1906)

“La tragedia de Alcuéscar. Concha la Somera. Páginas de su vida

<< ¿Qué fué, qué hizo Concha la Somera, después del famoso proceso de Plasencia?

Acaso esta misma tarde, después de la entrevista que tendré con la Somera en la cárcel, donde no está incomunicada, pueda conocer las vicisitudes de la célebre matadora de D. Manuel Castilla.

Al creer lo que se dice por estos pueblos, propensos á abultar todo lo referente á las hazañas de esta heroína, Concha la Somera ha viajado por Lisboa, Londres, París, América y Argel, siguiendo acaso el curso de su destino aventurero.

Sobre el carácter y condición moral de la Somera oigo juicios tan apasionados como contradictorios.

Durante los tres meses de su permanencia aquí, Concha vestía fastuosamente, luciendo alhajas, jactándose de su historia y mostrándose, en punto á religión, piadosísima devota.

Nadie cree que el crimen de Alcuéscar cometiéralo Concha por propósito de robar.

He podido traslucir, no obstante el secreto con que sigue el sumario el recto juez instructor Sr. Pando, que el curso de las diligencias é investigaciones judiciales, inclínase del lado de considerar probable la locura de la Somera.

Sin embargo, los facultativos dudan de la perturbación mental de Concha, existiendo además motivos suficientes para seguir como pista el móvil del crimen, el aspecto pasional del mismo, realizado en forma de aparatoso matonismo, cual conviene al carácter novelesco de esta mujer.

No puede despreciarse esta condición de la Somera para hallar la explicación de sus extravagancias y de su criminal hazaña, que sin tal clave, aparecerían indudablemente de una incoherencia demente.

Se da la singularísima circunstancia de que mientras su delito y la conducta posterior al mismo, preséntanla como una alienada, ninguna persona de su intimidad la cree loca, y así, ni sus amigos, ni sus convecinos, ni su propio hijo Ignacio –aceptan la idea de la demencia de Concha.

He comprobado que el Sr. Castilla hacía viajes á Montánchez, comiendo aquí en compañía de la Somera. D. Manuel Castilla paraba primeramente en casa de una familia amiga, y después, cuando Concha vino a este pueblo, en la misma posada que la Somera.

Últimamente el Sr. Castilla paraba en casa de un señor apellidado Carpintero, y la Somera alquiló un piso en la misma casa.

Estas noticias me han sido comprobadas por la misma familia del Sr. Carpintero, cuya esposa, doña Dolores Cosal, natural de Trujillo, y bellísima, por cierto, tuvo la amabilidad de hablarme de la Somera y referirme detalles interesantísimos.

Desde que fueron vecinas la señora Carpintero y la Somera, el Sr. Castilla acostumbraba dejar su caballo en la misma casa, entablando amistad con el Sr. Carpintero y comiendo frecuentemente en la misma casa.

La Somera presenciaba las comidas de Castilla y siempre le invitaba á subir al piso que aquélla habitaba, para hablarle, según decía, reservadamente, y en efecto, Castilla permanecía encerrado con la Somera algunos minutos.

En varias ocasiones, doña Dolores Cosal oyó al Sr. Castilla manifestar vagos temores respecto de la Somera, y esta, en cambio, díjole que Castilla quería llevarla á Alcuéscar y darla un buen empleo en la venta del pan.

También puso observar la señora de Carpintero que la Somera consultaba el horóscopo y echaba las cartas interrogando el porvenir, hablando de un enamorado rubio que había de hacerla feliz. (El Sr. Castilla era rubio).

Es de notar que semejante amistad, fuese cualquiera la índole de la misma (que la señora de Carpintero no afirma que fuese amorosa, por parte de Castilla, al menos), ignorábala la esposa de la víctima, y esto puede explicar que el Sr. Castilla admitiera en su casa á una desconocida temiendo un escándalo de celos ó secundándola en su engañoso plan.

Causas no bien determinadas de asperezas de carácter –según doña Dolores me refiere- motivaron la ruptura de relaciones entre ambas vecinas y pocos días después Somera anunciaba que el Sr. Castilla le enviaría un carro para que se trasladase á Alcuéscar.

Llegó el día de partir Concha y entre ambas vecinas hubo disgustos, y la Somera anticipó la salida de la casa y sacó los muebles por una ventana alta “para no tener que matar á doña Dolores si la encontraba en la escalera”, según dijo.

Al mediar la noche de aquel mismo día la Somera alquiló un borrico, marchándose á Alcuéscar.

Cuenta también la señora de Carpintero que la Somera sostenía constantemente conversaciones lúbricas, deduciéndose de ellas que Concha estuvo enamoradísima de un señor que la tuvo en su compañía una temporada, y que quiso matar á otro, llamado Luis Cordovés, por creerse abandona cuando éste se casó.

Además sabe que la señora de D. José Nieves –que recientemente se llevó á la Somera al campo acompañando á la familia de aquél- tuvo que regresar á Montánchez atemorizada y celosa de la Somera.

Domina, pues, en la historia de la Somera una tendencia teatral y peligrosísima, y puesta á matar, no es raro buscase más bien que celosas venganzas, escenas y escenarios resonantes. Si así fuese, la fatalidad habría querido favorecer esta constante aspiración de la novelera Concha, permitiéndola matar al Sr. Castilla en la presencia de la Guardia civil.

Ignacio, el hijo de la Somera, es un infeliz que estaba borracho la trágica noche en que su madre cometió el crimen y él fué herido levemente.

El pobre hombre dice que ignora por qué su madre hizo aquello, y añade:

-Fué alguna vena que le dió.

Repite que su madre, á la que profesa gran cariño, no está loca. Al menos, así lo cree él firmemente.

La Somera tiene otro hijo de once años, que probablemente no es de su marido, que se halla separado de ella hace muchos años más.

“Hablando con la Somera”

Acabo de ver y hablar á la Somera. Me ha acompañado en la entrevista el médico forense Sr. Madruga, que duda de la locura de la procesada.

Esta me recibió con grandes muestras de satisfacción al saber que hablaba con un periodista, y empezó diciéndome:

-¡La providencia lo ha hecho todo, señor! ¡Cumple altos destinos!- Y después de estas exclamaciones permanece como extática.

Examino atentamente á la siniestra heroína y examino también el calabozo donde está encerrada.

Constituyen el mobiliario de aquella lóbrega estancia un mísero camastro y una lamparilla rústica de aceite. Por todo adorno una larga ristra de chorizos, que no pesarán menos de una arroba, cuelga de una alcayata clavada en la pared. Con los víveres propiedad de la procesada.

Cuenta ésta cuarenta y cinco años de edad y en su rizosa cabellera asoman las canas, desteñidos ya los afeites con que lo ennegrecía cuando gozaba de la libertad.

Viste un humilde traje de casa, no exento de coquetería.

La Somera es alta, pálida, y se comprende que, una vez pintada y arreglada, haga recordar sus bellezas juveniles, de las que conserva su mirar pasional, vivo y dominante y las actitudes trágicas.

Concha me ha hecho un relato largo é incoherente, con incoherencia cuya sinceridad permítome poner en duda, porque se refiere más al orden de motivos lógicos de su conducta que no á la falta de enlace de su charla verbosa.

Sin ser preguntada me relató su accidentada vida y su hazaña última, siempre sobre la pauta de pretendidas predestinación y rehuyendo entrar en los hechos y circunstancias que más importaría conocer.

Guarda absoluta reserva acerca de su relación con el Sr. Castilla y de las visitas que éste le hiciera. No hay modo de hacerla contestar concretamente sobre estos extremos.

Dice que se marchó de Montánchez porque quería matarla su vecina doña Dolores, y refiere su fuga por la ventana de la casa y su marcha á Alcuéscar.

Añade que al salir para este último pueblo se armó de un revólver y puñal por tener noticia de que había en Alcuéscar gentes pagadas por los enemigos del “muerto resucitado” que trataban de asesinarla.

La noche del crimen supo que había encerrados en la bodega de la casa del Sr. Castilla seis hombres, que se proponían a matarla y asesinar también á Castilla y Andújar.

-Sin embargo- interrumpila interrogando -¿por qué mató usted al Sr. Castilla y no a los guardias, que la maltrataron?

-¡Dios lo quería!- responde arteramente, y añade:

-Saqué la mano del pecho sin darme cuenta de que en ella tenía un puñal, y sin querer matar á nadie, maté.

Revélase claramente en estas frases un plan preconcebido de defensa. Una loca furiosa hubiera blandido la oculta arma contra cualquiera, contra los guardias, que la desarmaron a sablazos, hiriéndola en las muñecas, pero no contra el Sr. Castilla, que se aproximó á ella para increparla solamente.

Además, loca y predestinada, afirmaría un crimen fanático, arrogantemente, no insinuando, por si acaso, la idea de la falta de intención al dar el golpe mortífero.

En suma, una larga y peritísima observación médica, será el medio único de poder deducir las responsabilidades imputables á la autora de la muerte de D. Manuel Castilla, apenas su el sumario podrá ofrecer otro interés que el de esa cuestión médico-legal.

Díceme la Somera que nunca salía de España, y que después del proceso de Plasencia estuvo en el manicomio de Ciempozuelos, y al salir de este establecimiento, recorrió aventureramente la Extremadura, parando con impermanencia en Cáceres.

Concha la Somera, que rehusa hablar de hechos determinados y protesta frecuentemente de que la crean loca, dícese cortejada por gentes principales, y afirma ser nieta de títulos de Castilla. Y no deja de ser extraño que quien tan poco categórica se muestra ahora en sus manifestaciones, sea la misma mujer jactanciosa que antes de su crimen relataba pintorescamente y con precisa elocuencia hechos y aventuras á su vecina doña Dolores.

La Somera, que posee efectivamente algunas joyas y cuidaba de adornarse mucho, ocupábase en algunos pueblos en construir baúles y venderlos.

Todo lo que se refiere á esta mujer es extraordinario, y hace dudar acerca de la integridad de sus facultades mentales. Recuérdese también en la época del famoso proceso del “muerto resucitado” se dudó si la Somera era una loca, ó si fingía serlo para prestarse á representar una escandalosa comedia>>.



‘El Imparcial’ (04/03/1906)

“La tragedia de Alcuéscar. La entraña del sumario”

<<Acabo de regresar de Montánchez y Alcuéscar, confirmando los datos recogidos y celebrando una nueva entrevista con la Somera.

El resumen de mis observaciones me permite creer firmemente que se trata de un crimen digno de la perspicaz observación de los alienistas y de la sagacidad del juez instructor de este sumario.

Por fortuna, el digno magistrado que se halla al frente del juzgado de Montánchez, don Alfonso de Pando, es un hombre de talento y pericia bien probados. Abrumado actualmente por la instrucción de tres causas por delitos á los que la ley señala la pena de muerte, concentra su atención sobre el proceso de la Somera, y seguramente sabrá aquilatar si la famosa mujer es una loca, contra tanto indicio como hace sospecha que sea una criminal perversa que se escuda hábilmente tras la fama de sus extravagancias de alienada.

El romo, como causa ó motivo del crimen, es punto completamente desechado en las investigaciones judiciales, y el verdadero trabajo del sumario ha de encaminarse á averiguar el valor que tengan la singular y previa amistad de Castilla y de la Somera y la relación posible del disgusto entre ésta y sus vecinos con el crimen.

Contemplados conjuntamente ciertos hechos, adquieren fuerte valor de presunción la responsabilidad de la criminal y de sus añagazas.

Repárese que el Sr. Castilla comía habituamente en la panadería de Montánchez en sus viajes dominicales al mercado de este pueblo, y que desde la llegada al mismo de la Somera, para en la misma posada que ésta.

Trasládase después la Somera á una casa particular, y Castilla deja la posada y concurre á la nueva vivienda de aquella mujer, sin que, hasta entonces, conociera Castilla á la vecino del piso bajo de la misma casa, doña Dolores Cosal.

Poco después, esta señora y la Somera tienen un disgusto tan grave, que Concha decide salir de la casa y saca sus muebles por una ventana alta.

Mientras ayer me refería la Somera que salió en tan desusada forma de su casa por no matar á doña Dolores ó porque ésta no la matara á ella, pensaba yo si ya entonces, con aquella extravagante mudanza, iría preparando la Somera su pública prueba de locura, realizada momentos antes de salir armada para Alcuéscar.

Por lo que se refiere á las amistades del señor Castilla y la Somera, ignoradas por la esposa de aquél, no puede prescindirse del detalle, referido por doña Dolores, de que la Concha, al manejar las cartas en averiguación del porvenir, hablaba de un hombre rubio como el Sr. Castilla.

Añádase que éste ofreció á Concha trasladarla á Alcuéscar para colocarla en el negocio del pan, y considérese si carecían de explicación las conversaciones de las gentes de Alcuéscar, que atribuían carácter amoroso á aquellas relaciones del Sr. Castilla en Montánchez.

Medítese también que antes de cometer este crimen la Somera salió libre de su empresa del ruidoso proceso de Plasencia, reputándosela entonces por loca; no se olvide su eterna afición al lujo y á los amantes novelescos, que cuando no los tenía los inventaba, y se comprenderán los celos, reales ó ilusorios, contra Dolores Cosal, infinitamente más joven y guapa que lo es ahora Cocha, y que, además, no es esposa, sino amante del hombre con quien vive.

El afán de Concha después de su crimen de aparecer local, es tal, que parece imposible que si antes de su delito estuviera ya demente, no hubiera aparecido como rematadamente loca ante los que la trataban.

“Nueva conversación con la Somera”

Hoy he hablado nuevamente con Somera, y tratando de conseguir de ella explícitas manifestaciones, la he sometido á un verdadero interrogatorio:

-¿Por qué se enemistó usted con Dolores?- empezé preguntándole.
-Porque me robó unas tablas.

-¿Por qué se marchó usted á Alcuéscar á hora tan inusitada de la noche?
-Porque quería advertir á mi hijo del escándalo que me había armado Dolores, antes de que se disgustase con las mentiras que le contasen los extraños.

-¿Por qué no llamó usted en casa del señor de Castilla á su llegada á Alcuéscar?
-Porque me pareció mal molestar á media noche en casa ajena.

-¿Por qué, si retuvo al arriero que la condujo y pensaba volverse á la mañana siguiente á Montánchez, no lo hizo?
-Porque oí tocar á misa y quise oírla con los niños del Sr. Castilla, y porque la señora me dijo que me quedase para cuidar á sus hijos.

-¿Era usted muy amiga de Castilla antes de matarle?
-Apenas si le ví dos ó tres veces. Sabía que era mujeriego, pero nunca me dijo nada ni hablamos solos.

-¿Le ofreció á usted Castilla que la protegería y llevaría á Alcuéscar?
-Nunca. Las pocas veces que fué á verme lo hizo por llevarse el hato de mi hijo.

-¿No comían ustedes juntos?
-Comía en el piso bajo, hablando con Dolores.

-¿Y por qué hablaba con Dolores?
-No lo sé.

-¿Conocía Castilla de antes á Dolores?
-No sé. Creo que la conoció cuando yo viví en la misma casa que ella.

-¿Ha tenido usted algún amante?
-Jamás; pero me han solicitado muchos. Yo no he mirado á los hombres, sino á Dios y á la Divina Providencia.

-¿Estaba Castilla en su casa la noche que usted llegó á Alcuéscar?
-No; estaba forastero, según supe al día siguiente.

-¿Y no esperaría usted en la calle aquella noche para matarle al llegar?
Al llegar aquí, Concha muestra alguna confusión y responde:
-Ya he dicho que no sabía que estuviese fuera del pueblo, Yo no he querido matarle. Ha sido Dios. Si yo sentí aquellas ansias de matar era porque sabía que había en Alcuéscar preparados contra mí gentes del muerto resucitado.

-¿Cómo es que habiendo dicho usted á la Guardia civil, y esto consta, que tenía ocho hombres escondidos, me contó usted ayer que era el Sr. Castilla quien tenía aquellos hombres preparados en la bodega para matarla á usted?
-Eso último es la verdad, y no he dicho á nadie otro cosa.

Me despedí de la Somera pensando que esta mujer niega cosas que afirman Dolores y los guardias, pensando que sería terrible condenar á una loca, pero que no lo sería menos que una farsante perturbase una y otra vez á la justicia con locuras aprendidas en su breve paso por los manicomios para salir en busca de nuevas aventuras.

Concluyendo por ahora mi misión, diré de la Somera lo que escribió en un libro sobre el “muerto resucitado” un célebre abogado de Plasencia:

“Por entonces padeció verdaderos ó fingidos, algunos ataques de locura, y en ellos demostraba resistencia tenaz y frenética á ser conducida á otro manicomio que al de San Baudilio, concluyendo por desear vivamente ir á dicho establecimiento”.

Como entonces faltaban motivos para sospechar que pudiera ser comedia tal locura, lo cual ya es hoy un problema, cuando menos, D. Felipe Cruz dio dinero á la Somera y una carta de recomendación para que fuese á San Baudilio y sobrevino el proceso del “muerto resucitado”.

La locura de ahora y la de entonces, ¿serán igualmente fingidas?

El sumario en su curso podrá indicarlo. La prueba del juicio lo decidirá>>. 


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