A inicios del lejano año de
1906 en el vecino pueblo de Alcuéscar tuvo lugar un asesinato. El crimen presentaba todos los ingredientes para convertirse en una novela amorosa contada a la
ciudadanía por entregas. Pronto algunos periodistas se desplazan hasta el
cacereño pueblo para conocer de primera mano los detalles del caso, instruido
en el Juzgado de Montánchez. La sociedad pueblerina del momento incrimina a
Concha ‘la Somera’, una mujer que no se adapta a los machistas cánones del
momento. La víctima es un señorito adinerado. Este caso hizo que corrieran
auténticos ríos de tinta en los periódicos de principios del siglo XX. Nosotros
vamos a hacernos eco del caso recurriendo a las informaciones publicadas a lo
largo de tres días por ‘El Imparcial’. En el tratamiento periodístico del
denominado “Crimen de Alcuéscar” se mezclan el sensacionalismo, el machismo y
el clasismo con la única finalidad de vender más periódicos. La mentalidad de
la sociedad del momento se impone frente a las razones o los hechos. Esto es lo
que recogió la prensa:
‘El Imparcial’ (02/03/1906):
“Perfiles
del Día”
<<Nuestro
excelente corresponsal en Mérida ha lanzado á la publicidad la historia
espantosa del crimen de Alcuéscar, y en él aparece como autora del asesinato
del Sr. Castilla aquella famosa Concha La
Somera, que fué la figura principal del proceso del “Muerto Resucitado”,
cuyos incidentes conmovieron á toda España hace muchos años y produjeron la
fiebre en el pueblo de Plasencia.
Los
lectores de EL IMPARCIAL conocen el caso sobre el que venimos publicando extensa
información. Nada más emocionante y siniestro. La Somera va de Cáceres á Alcuéscar á ver á su hijo, que sirve en
casa del Sr. Castilla. Es allí recibida con agasajo cariñoso. De repente
aquella mujer quiere robar al honrado caballero que tan benévola protección la
otorgaba, y en el desarrollo de una serie de escenas que espantan, La Somera mata de una puñalada al hombre
bondadoso que había colmado de favores á ella y á su hijo.
Ahí
está otra vez, destacándose ante la mirada de los hombres, el perfil trágico
que brota de en medio de la monotonía de la existencia para recordar las
fierezas indominables del instinto primitivo, jamás domado suficientemente por
la civilización.
La Somera representa esa cantidad de fuerza expansiva
é inconcebible que yace escondida aquí y allá como los paquetes de dinamita en
el moderno campo de batalla. Ayer esa esencialidad trágica aparecía en
Plasencia como la salvadora de Eustaquio Campo Barrado, del hombre desposeído
de su fortuna, que había perdido el entendimiento, la memoria, el haber, el
nombre. Entonces esa mujer era el ángel que, llevando de la mano al pobre
imbécil y harapiento, quería reconquistarle cuanto la naturaleza y la sociedad
le habían quitado… De entonces á acá, La
Somera permaneció en la sombra; pero la fuerza de expansión trágica,
acumulando en la inercia la energía, ha estallado de nuevo en la casa del
honrado caballero de Alcuéscar.
Ayer
Concha La Somera evocaba los
recuerdos de las hembras sublimes que han puesto en la defensa desinteresada de
los justos la abnegación suprema y el sacrificio sin límites. Hoy evoca la
memoria negra de la criminal odiada, que cubre con las faldas femeninas un
monstruo de maldad.
Los
cronistas del proceso del “Muerto resucitado”, hablando de ella, nombraba á
Cordelia, la hija del rey sin trono. Ahora parece surgir del hediondo sepulcro
y marchar desde el cementerio del Este a las cárceles del pueblo extremeño en
busca de su espíritu gemelo el fantasma de Higinia Balaguer.
“La
tragedia de Alcuéscar. El ocaso de una heroína. En marcha á Alcuéscar. Quién
era la víctima. Audacias de la Somera. Lúgubre cantar”
Voy
en el tren de la línea de Cáceres, que dejo en el trayecto para ir á Alcuéscar.
Valiéndome
de un amigo, envío por Cáceres estas informaciones recogidas en el camino.
A
la tarde, si puedo, telegrafiaré desde Montánchez.
El
muerto, D. Manuel Castilla Tena, de treinta y cinco años de edad, natural de
Guadalcanal, pertenecía á una familia distinguidísima de aquel pueblo andaluz,
y era sobrino del general Castilla, muerto en Badajoz recientemente, y pariente
de los Golfín y del gran poeta Adelardo López de Ayala.
Hace
ocho años casóse con una señorita de Alcuéscar, con la que ha tenido dos hijos
y á la cual ha dejado embarazada.
A
fin de montar una gran industria de pan por procedimientos modernos, había
realizado sus fincas de Guadalcanal, y el hijo de la Somera era empleado de su
fábrica.
Se
cree que la Somera, más que loca, como ella quiere hacer creer, es una criminal
solapada y terrible.
Al
entrar en la cárcel dijo que se burlaría de tanto tonto como tiene la justicia,
y pidió chocolate en obsequio á su celebridad.
Viendo
pasar por la cárcel el entierro de su víctima, compuso esta copla:
“Gracias a Dios que he
llegado
á las puertas de esta villa
para quitar de este mundo
á Don Manuel Castilla”.
“En
el lugar del suceso. Diversidad de opiniones. La casa de la tragedia. Visita á
la viuda. Cuadro doloroso. La viuda relata el crimen. La Somera ¿mató por
robar, ó por despecho amoroso?. El juez instructor”
Acabo
de llegar á Montánchez, con objeto de telegrafiar las impresiones que he
recogido durante dos horas de permanencia en Alcuéscar, que no tiene telégrafo.
La
opinión recogida en estos pueblos muéstrase propensa á creer que la Somera no
es loca, sino una criminal expertísima. Acerca de los móviles del hecho, no hay
afirmación terminante alguna.
En
general, nadie cree en el robo, como estímulo determinante, sino la familia de
la víctima; y en cambio, enlazando hechos dispersos y rumores públicos, no sería
difícil creer en un crimen pasional, como explicaré luego.
He
visitado la casa del crimen, que tiene aspecto de solariega, con fachada á tres
calles y con un escudo de hidalguía tallado en granito sobre la puerta.
El
digno párroco de Alcuéscar, D. Pedro Sánchez, tuvo la amabilidad de acompañarme
y presentarme á la viuda del Sr. Castilla, de Natividad Cáceres, bellísima
señora de unos treinta años, cuya interesante palidez se rozaba bajo los negros
paños del luto y por el dolor de la tragedia, aún impreso en su semblante.
Lloraba
la viuda ante el ancho hogar donde el fuego ardía, y rodeábanla amigas y
sirvientes.
Sus
hijas María y Luisa son dos niñas rubias como arcángeles, de tres y seis años
de edad, respectivamente.
En
aquella silenciosa casa y con las puertas cerradas parece flotar aún lo
terrible.
-¡Allí,
allí –me decía doña Natividad con espanto- cayó mi pobre marido!
Y
desde su sitio señalaba las gradas del pasillo donde había chocado la cabeza
del inerte esposo.
Suplicando
yo á doña Natividad que me relatara las escenas que tal horror había sembrado
en su hogar, empezó a hacerlo después de serenarse, y no sin tener que
interrumpir con frecuentes lloros.
He
aquí su relato.
Hace
seis meses, la Somera, que vivía en Cáceres, vino á Alcuéscar, sin otro objeto
que buscar colocación á su hijo Ignacio como panadero en la fábrica del Sr.
Castilla.
Este,
que no conocía á la Concha ni á su hijo, ofreció que le tendría en memoria para
cuando le hiciese falta.
Tres
meses después, súpose que Ignacio y Concha vivían en Montánchez, y hace quince
días el primero se trasladó a Alcuéscar en concepto de operario de la casa del
Sr. Castilla.
Ni
lo trataba la familia de éste, ni sabía qué clase de sujeto era moralmente;
sólo estaban enterados de que era un buen trabajador.
Tres
días antes del crimen, sin que nadie la esperase, cuando la familia de Castilla
abrió por la mañana las puertas de su casa, presentóse en ella la Somera.
Sábese
que había llegado á Alcuéscar al mediar la noche anterior, y que había esperado
en la calle.
Dijo
que venía á establecerse en Alcuéscar, y rogó á doña Natividad que la hospedase
dos ó tres días hasta que ella arreglara sus asuntos.
Aunque
no dejaba de ser extraña la petición de la Somera, ésta ganóse pronto la
voluntad de la señora por su dulce y gallardo aspecto y por su extrema ternura
con los niños, á quines en los dos días siguientes hacía decir oraciones, y á
los cuales llevaba á misa y de paseo.
Absolutamente
nada anómalo se observó en ella; y así llegó la noche del crimen.
Eran
las once. En el comedor conversaba el Sr. Castilla con un amigo suyo, el Sr.
Andújar, del vecino pueblo de Santa Amalia, á quien tenía que pagar una fuerte
partida de trigo. Doña Natividad, después de haber acostado á sus niños,
dormitaba en la cocina.
En
una habitación situada frente á ésta hallábase ya acostada Concha, y en el
suelo, sobre una manta, su hijo Ignacio.
Doña
Natividad, cuyas otras dos criaturas dormían fuera de la casa, observó que la
Concha, no desnuda, aunque acostada, se había levantado dos ó tres veces, á
pretexto de beber.
Dentro
de la habitación de la Concha había una bodega, cuya llave echaba y se guardaba
todas las noches doña Natividad. Aquella noche, cuando fué a cerrar, no
encontró la llave, y, vigilada por la Somera, ésta le dijo al fin que no tenía
que cerrar puerta alguna.
Como
insistiese la señora, levantóse la criminal y amenazó con un revólver.
A
los gritos de doña Natividad, Castilla y Andújar, con una escopeta el uno y con
un revólver el otro, acudieron desde el comedor.
Refugiada
la Somera en su habitación y sin descubrir su cuerpo, amenazaba con el revólver
á los hombres, y ellos, persuadidos por doña Natividad, á quien horrorizaba el
que disparasen contra una mujer, salieron de la cocina, y, llevándose á la
señora, se dirigieron á la habitación de los niños, no sin haber comprobado
antes que, tanto la puerta de ésta como la de la calle, no tenían puestas las
llaves.
Entonces
pidieron auxilio por una reja de la calle.
Suplicaba
la señora á Ignacio que, contra el empeño de su madre, que seguía desafiando á
todos, abriese la puerta principal.
Ignacio,
según la señora, luchaba mientras tanto con su madre para calmarla y
contenerla; pero, fuese por temor, ó porque en ello no pusiera gran empeño,
nada logró.
Lo
demás ya es sabido de los lectores de EL IMPARCIAL…
Solo
debo confirmar que el Sr. Castilla fué muerto por Concha delante de un guardia
que la custodiaba después de haberla desarmado los demás del revólver.
Los
otros guardias, uno de los cuales, por fatal equivocación, había herido á
Ignacio, que se presentó poco antes inofensivamente, buscaban á los seis
hombres que decía la Concha tener ocultos.
Aludía,
sin duda, á las seis cápsulas de su revólver, arma de tan mala calidad que, al
dispararla su dueña, quedó el proyectil obturando el cañón, por fortuna de los
guardias, de las autoridades y del público.
Para
éste, en todo Alcuéscar resulta lamentable la fatalidad que pudo hacer que la
intervención de la Guardia civil sirviera para causar inútilmente una víctima,
y no para evitar la muerte del Sr. Castilla en su misma presencia.
Doña
Natividad no cree loca en modo alguno á la Somera, y afirma que la intención de
ésta fué el robo, y que se trata de una criminal, maestra suprema en el arte de
serlo, ó, cuando menos, en el de captarse la confianza de las gentes con
halagos é hipocresías.
Con
respecto al hijo, nada puede apreciar doña Natividad, aunque le resulta
equívoca su conducta.
Ahora
bien; no cabe duda de que tampoco, como tal ladrona, es muy explicable la
conducta de una mujer que, pudiendo esperar á que durmiesen todos, empezó por
avisarlos y advertirlos.
Voy
á lo que pudiéramos llamar motivos pasionales.
La
Somera cerró la puerta de la calle y guardó todas las demás de la casa, como
con el único objeto de privar de escondite ó refugio á su víctima ó víctimas.
Ella mató al señor Castilla como quien cumple un objetivo tenazmente
determinado, puesto que, si su idea hubiera sido matar á cualquiera, habría
podido matar al alguacil que tenía al lado cuando salió D. Manuel. Ella había
venido á casa de Castilla preparando la muerte de éste con todo género de
astucias.
¿Era,
acaso, tal muerte su único ideal en todo el audaz y horroroso drama? En
Alcuéscar se cree que sí.
Concha
la Somera, que conserva en sus cuarenta y tanto años bastante belleza, había
conocido á D. Manuel hace lo menos seis meses, y tres después trasladóse desde
Cáceres al pueblo de Montánchez, sólo dos leguas distante de Alcuéscar, y se
afirma que D. Manuel, joven y gallardo, iba con frecuencia á Montánchez y
visitaba á la Somera.
Y
se afirma igualmente que, cerca de la casa de la Somera en Montánchez, vivía
otra mujer con quien el Sr. Castilla acaso intentara ó consiguiera alguna
amistad…
De
modo que vine á estos pueblos á salir de dudas y tengo adquirida una más.
¿Es
la Somera una ladrona y asesina osadísima, ó una loca? Hay que preguntarse,
además, con todo el pueblo de Alcuéscar: ¿Es una amante vengativa?
Confío
en que mañana, por las investigaciones que haré aquí y mediante alguna entrevista
con la célebre Somera, podré esclarecer estas dudas, podré, cuando menos,
inclinarme á cualquiera de esas tres interrogaciones.
La
Somera está en la cárcel de este juzgado, así como su hijo, herido.
Instruye
el sumario con toda actividad el dignísimo juez D. Alfonso de Pando>>.
‘El Imparcial’ (03/03/1906)
“La
tragedia de Alcuéscar. Concha la Somera. Páginas de su vida”
<<
¿Qué fué, qué hizo Concha la Somera, después del famoso proceso de Plasencia?
Acaso
esta misma tarde, después de la entrevista que tendré con la Somera en la
cárcel, donde no está incomunicada, pueda conocer las vicisitudes de la célebre
matadora de D. Manuel Castilla.
Al
creer lo que se dice por estos pueblos, propensos á abultar todo lo referente á
las hazañas de esta heroína, Concha la Somera ha viajado por Lisboa, Londres,
París, América y Argel, siguiendo acaso el curso de su destino aventurero.
Sobre
el carácter y condición moral de la Somera oigo juicios tan apasionados como
contradictorios.
Durante
los tres meses de su permanencia aquí, Concha vestía fastuosamente, luciendo
alhajas, jactándose de su historia y mostrándose, en punto á religión, piadosísima
devota.
Nadie
cree que el crimen de Alcuéscar cometiéralo Concha por propósito de robar.
He
podido traslucir, no obstante el secreto con que sigue el sumario el recto juez
instructor Sr. Pando, que el curso de las diligencias é investigaciones
judiciales, inclínase del lado de considerar probable la locura de la Somera.
Sin
embargo, los facultativos dudan de la perturbación mental de Concha, existiendo
además motivos suficientes para seguir como pista el móvil del crimen, el
aspecto pasional del mismo, realizado en forma de aparatoso matonismo, cual
conviene al carácter novelesco de esta mujer.
No
puede despreciarse esta condición de la Somera para hallar la explicación de
sus extravagancias y de su criminal hazaña, que sin tal clave, aparecerían
indudablemente de una incoherencia demente.
Se
da la singularísima circunstancia de que mientras su delito y la conducta
posterior al mismo, preséntanla como una alienada, ninguna persona de su
intimidad la cree loca, y así, ni sus amigos, ni sus convecinos, ni su propio
hijo Ignacio –aceptan la idea de la demencia de Concha.
He
comprobado que el Sr. Castilla hacía viajes á Montánchez, comiendo aquí en
compañía de la Somera. D. Manuel Castilla paraba primeramente en casa de una
familia amiga, y después, cuando Concha vino a este pueblo, en la misma posada
que la Somera.
Últimamente
el Sr. Castilla paraba en casa de un señor apellidado Carpintero, y la Somera
alquiló un piso en la misma casa.
Estas
noticias me han sido comprobadas por la misma familia del Sr. Carpintero, cuya
esposa, doña Dolores Cosal, natural de Trujillo, y bellísima, por cierto, tuvo
la amabilidad de hablarme de la Somera y referirme detalles interesantísimos.
Desde
que fueron vecinas la señora Carpintero y la Somera, el Sr. Castilla
acostumbraba dejar su caballo en la misma casa, entablando amistad con el Sr.
Carpintero y comiendo frecuentemente en la misma casa.
La
Somera presenciaba las comidas de Castilla y siempre le invitaba á subir al
piso que aquélla habitaba, para hablarle, según decía, reservadamente, y en
efecto, Castilla permanecía encerrado con la Somera algunos minutos.
En
varias ocasiones, doña Dolores Cosal oyó al Sr. Castilla manifestar vagos
temores respecto de la Somera, y esta, en cambio, díjole que Castilla quería
llevarla á Alcuéscar y darla un buen empleo en la venta del pan.
También
puso observar la señora de Carpintero que la Somera consultaba el horóscopo y
echaba las cartas interrogando el porvenir, hablando de un enamorado rubio que
había de hacerla feliz. (El Sr. Castilla era rubio).
Es
de notar que semejante amistad, fuese cualquiera la índole de la misma (que la
señora de Carpintero no afirma que fuese amorosa, por parte de Castilla, al
menos), ignorábala la esposa de la víctima, y esto puede explicar que el Sr.
Castilla admitiera en su casa á una desconocida temiendo un escándalo de celos
ó secundándola en su engañoso plan.
Causas
no bien determinadas de asperezas de carácter –según doña Dolores me refiere-
motivaron la ruptura de relaciones entre ambas vecinas y pocos días después
Somera anunciaba que el Sr. Castilla le enviaría un carro para que se
trasladase á Alcuéscar.
Llegó
el día de partir Concha y entre ambas vecinas hubo disgustos, y la Somera
anticipó la salida de la casa y sacó los muebles por una ventana alta “para no
tener que matar á doña Dolores si la encontraba en la escalera”, según dijo.
Al
mediar la noche de aquel mismo día la Somera alquiló un borrico, marchándose á
Alcuéscar.
Cuenta
también la señora de Carpintero que la Somera sostenía constantemente
conversaciones lúbricas, deduciéndose de ellas que Concha estuvo enamoradísima
de un señor que la tuvo en su compañía una temporada, y que quiso matar á otro,
llamado Luis Cordovés, por creerse abandona cuando éste se casó.
Además
sabe que la señora de D. José Nieves –que recientemente se llevó á la Somera al
campo acompañando á la familia de aquél- tuvo que regresar á Montánchez
atemorizada y celosa de la Somera.
Domina,
pues, en la historia de la Somera una tendencia teatral y peligrosísima, y
puesta á matar, no es raro buscase más bien que celosas venganzas, escenas y
escenarios resonantes. Si así fuese, la fatalidad habría querido favorecer esta
constante aspiración de la novelera Concha, permitiéndola matar al Sr. Castilla
en la presencia de la Guardia civil.
Ignacio,
el hijo de la Somera, es un infeliz que estaba borracho la trágica noche en que
su madre cometió el crimen y él fué herido levemente.
El
pobre hombre dice que ignora por qué su madre hizo aquello, y añade:
-Fué
alguna vena que le dió.
Repite
que su madre, á la que profesa gran cariño, no está loca. Al menos, así lo cree
él firmemente.
La
Somera tiene otro hijo de once años, que probablemente no es de su marido, que
se halla separado de ella hace muchos años más.
“Hablando
con la Somera”
Acabo
de ver y hablar á la Somera. Me ha acompañado en la entrevista el médico
forense Sr. Madruga, que duda de la locura de la procesada.
Esta
me recibió con grandes muestras de satisfacción al saber que hablaba con un
periodista, y empezó diciéndome:
-¡La
providencia lo ha hecho todo, señor! ¡Cumple altos destinos!- Y después de
estas exclamaciones permanece como extática.
Examino
atentamente á la siniestra heroína y examino también el calabozo donde está
encerrada.
Constituyen
el mobiliario de aquella lóbrega estancia un mísero camastro y una lamparilla
rústica de aceite. Por todo adorno una larga ristra de chorizos, que no pesarán
menos de una arroba, cuelga de una alcayata clavada en la pared. Con los víveres
propiedad de la procesada.
Cuenta
ésta cuarenta y cinco años de edad y en su rizosa cabellera asoman las canas,
desteñidos ya los afeites con que lo ennegrecía cuando gozaba de la libertad.
Viste
un humilde traje de casa, no exento de coquetería.
La
Somera es alta, pálida, y se comprende que, una vez pintada y arreglada, haga
recordar sus bellezas juveniles, de las que conserva su mirar pasional, vivo y
dominante y las actitudes trágicas.
Concha
me ha hecho un relato largo é incoherente, con incoherencia cuya sinceridad
permítome poner en duda, porque se refiere más al orden de motivos lógicos de
su conducta que no á la falta de enlace de su charla verbosa.
Sin
ser preguntada me relató su accidentada vida y su hazaña última, siempre sobre
la pauta de pretendidas predestinación y rehuyendo entrar en los hechos y
circunstancias que más importaría conocer.
Guarda
absoluta reserva acerca de su relación con el Sr. Castilla y de las visitas que
éste le hiciera. No hay modo de hacerla contestar concretamente sobre estos
extremos.
Dice
que se marchó de Montánchez porque quería matarla su vecina doña Dolores, y
refiere su fuga por la ventana de la casa y su marcha á Alcuéscar.
Añade
que al salir para este último pueblo se armó de un revólver y puñal por tener
noticia de que había en Alcuéscar gentes pagadas por los enemigos del “muerto
resucitado” que trataban de asesinarla.
La
noche del crimen supo que había encerrados en la bodega de la casa del Sr.
Castilla seis hombres, que se proponían a matarla y asesinar también á Castilla
y Andújar.
-Sin
embargo- interrumpila interrogando -¿por qué mató usted al Sr. Castilla y no a
los guardias, que la maltrataron?
-¡Dios
lo quería!- responde arteramente, y añade:
-Saqué
la mano del pecho sin darme cuenta de que en ella tenía un puñal, y sin querer
matar á nadie, maté.
Revélase
claramente en estas frases un plan preconcebido de defensa. Una loca furiosa
hubiera blandido la oculta arma contra cualquiera, contra los guardias, que la
desarmaron a sablazos, hiriéndola en las muñecas, pero no contra el Sr.
Castilla, que se aproximó á ella para increparla solamente.
Además,
loca y predestinada, afirmaría un crimen fanático, arrogantemente, no
insinuando, por si acaso, la idea de la falta de intención al dar el golpe
mortífero.
En
suma, una larga y peritísima observación médica, será el medio único de poder
deducir las responsabilidades imputables á la autora de la muerte de D. Manuel
Castilla, apenas su el sumario podrá ofrecer otro interés que el de esa
cuestión médico-legal.
Díceme
la Somera que nunca salía de España, y que después del proceso de Plasencia
estuvo en el manicomio de Ciempozuelos, y al salir de este establecimiento,
recorrió aventureramente la Extremadura, parando con impermanencia en Cáceres.
Concha
la Somera, que rehusa hablar de hechos determinados y protesta frecuentemente
de que la crean loca, dícese cortejada por gentes principales, y afirma ser
nieta de títulos de Castilla. Y no deja de ser extraño que quien tan poco
categórica se muestra ahora en sus manifestaciones, sea la misma mujer
jactanciosa que antes de su crimen relataba pintorescamente y con precisa
elocuencia hechos y aventuras á su vecina doña Dolores.
La
Somera, que posee efectivamente algunas joyas y cuidaba de adornarse mucho,
ocupábase en algunos pueblos en construir baúles y venderlos.
Todo
lo que se refiere á esta mujer es extraordinario, y hace dudar acerca de la
integridad de sus facultades mentales. Recuérdese también en la época del
famoso proceso del “muerto resucitado” se dudó si la Somera era una loca, ó si
fingía serlo para prestarse á representar una escandalosa comedia>>.
‘El Imparcial’ (04/03/1906)
“La
tragedia de Alcuéscar. La entraña del sumario”
<<Acabo
de regresar de Montánchez y Alcuéscar, confirmando los datos recogidos y
celebrando una nueva entrevista con la Somera.
El
resumen de mis observaciones me permite creer firmemente que se trata de un
crimen digno de la perspicaz observación de los alienistas y de la sagacidad
del juez instructor de este sumario.
Por
fortuna, el digno magistrado que se halla al frente del juzgado de Montánchez,
don Alfonso de Pando, es un hombre de talento y pericia bien probados. Abrumado
actualmente por la instrucción de tres causas por delitos á los que la ley
señala la pena de muerte, concentra su atención sobre el proceso de la Somera,
y seguramente sabrá aquilatar si la famosa mujer es una loca, contra tanto indicio
como hace sospecha que sea una criminal perversa que se escuda hábilmente tras
la fama de sus extravagancias de alienada.
El
romo, como causa ó motivo del crimen, es punto completamente desechado en las
investigaciones judiciales, y el verdadero trabajo del sumario ha de
encaminarse á averiguar el valor que tengan la singular y previa amistad de
Castilla y de la Somera y la relación posible del disgusto entre ésta y sus
vecinos con el crimen.
Contemplados
conjuntamente ciertos hechos, adquieren fuerte valor de presunción la
responsabilidad de la criminal y de sus añagazas.
Repárese
que el Sr. Castilla comía habituamente en la panadería de Montánchez en sus
viajes dominicales al mercado de este pueblo, y que desde la llegada al mismo
de la Somera, para en la misma posada que ésta.
Trasládase
después la Somera á una casa particular, y Castilla deja la posada y concurre á
la nueva vivienda de aquella mujer, sin que, hasta entonces, conociera Castilla
á la vecino del piso bajo de la misma casa, doña Dolores Cosal.
Poco
después, esta señora y la Somera tienen un disgusto tan grave, que Concha
decide salir de la casa y saca sus muebles por una ventana alta.
Mientras
ayer me refería la Somera que salió en tan desusada forma de su casa por no
matar á doña Dolores ó porque ésta no la matara á ella, pensaba yo si ya
entonces, con aquella extravagante mudanza, iría preparando la Somera su
pública prueba de locura, realizada momentos antes de salir armada para Alcuéscar.
Por
lo que se refiere á las amistades del señor Castilla y la Somera, ignoradas por
la esposa de aquél, no puede prescindirse del detalle, referido por doña Dolores,
de que la Concha, al manejar las cartas en averiguación del porvenir, hablaba
de un hombre rubio como el Sr. Castilla.
Añádase
que éste ofreció á Concha trasladarla á Alcuéscar para colocarla en el negocio
del pan, y considérese si carecían de explicación las conversaciones de las
gentes de Alcuéscar, que atribuían carácter amoroso á aquellas relaciones del
Sr. Castilla en Montánchez.
Medítese
también que antes de cometer este crimen la Somera salió libre de su empresa
del ruidoso proceso de Plasencia, reputándosela entonces por loca; no se olvide
su eterna afición al lujo y á los amantes novelescos, que cuando no los tenía
los inventaba, y se comprenderán los celos, reales ó ilusorios, contra Dolores
Cosal, infinitamente más joven y guapa que lo es ahora Cocha, y que, además, no
es esposa, sino amante del hombre con quien vive.
El
afán de Concha después de su crimen de aparecer local, es tal, que parece
imposible que si antes de su delito estuviera ya demente, no hubiera aparecido
como rematadamente loca ante los que la trataban.
“Nueva
conversación con la Somera”
Hoy
he hablado nuevamente con Somera, y tratando de conseguir de ella explícitas
manifestaciones, la he sometido á un verdadero interrogatorio:
-¿Por
qué se enemistó usted con Dolores?- empezé preguntándole.
-Porque
me robó unas tablas.
-¿Por
qué se marchó usted á Alcuéscar á hora tan inusitada de la noche?
-Porque
quería advertir á mi hijo del escándalo que me había armado Dolores, antes de
que se disgustase con las mentiras que le contasen los extraños.
-¿Por
qué no llamó usted en casa del señor de Castilla á su llegada á Alcuéscar?
-Porque
me pareció mal molestar á media noche en casa ajena.
-¿Por
qué, si retuvo al arriero que la condujo y pensaba volverse á la mañana
siguiente á Montánchez, no lo hizo?
-Porque
oí tocar á misa y quise oírla con los niños del Sr. Castilla, y porque la
señora me dijo que me quedase para cuidar á sus hijos.
-¿Era
usted muy amiga de Castilla antes de matarle?
-Apenas
si le ví dos ó tres veces. Sabía que era mujeriego, pero nunca me dijo nada ni
hablamos solos.
-¿Le
ofreció á usted Castilla que la protegería y llevaría á Alcuéscar?
-Nunca.
Las pocas veces que fué á verme lo hizo por llevarse el hato de mi hijo.
-¿No
comían ustedes juntos?
-Comía
en el piso bajo, hablando con Dolores.
-¿Y
por qué hablaba con Dolores?
-No
lo sé.
-¿Conocía
Castilla de antes á Dolores?
-No
sé. Creo que la conoció cuando yo viví en la misma casa que ella.
-¿Ha
tenido usted algún amante?
-Jamás;
pero me han solicitado muchos. Yo no he mirado á los hombres, sino á Dios y á
la Divina Providencia.
-¿Estaba
Castilla en su casa la noche que usted llegó á Alcuéscar?
-No;
estaba forastero, según supe al día siguiente.
-¿Y
no esperaría usted en la calle aquella noche para matarle al llegar?
Al
llegar aquí, Concha muestra alguna confusión y responde:
-Ya
he dicho que no sabía que estuviese fuera del pueblo, Yo no he querido matarle.
Ha sido Dios. Si yo sentí aquellas ansias de matar era porque sabía que había
en Alcuéscar preparados contra mí gentes del muerto resucitado.
-¿Cómo
es que habiendo dicho usted á la Guardia civil, y esto consta, que tenía ocho
hombres escondidos, me contó usted ayer que era el Sr. Castilla quien tenía
aquellos hombres preparados en la bodega para matarla á usted?
-Eso
último es la verdad, y no he dicho á nadie otro cosa.
Me
despedí de la Somera pensando que esta mujer niega cosas que afirman Dolores y
los guardias, pensando que sería terrible condenar á una loca, pero que no lo
sería menos que una farsante perturbase una y otra vez á la justicia con
locuras aprendidas en su breve paso por los manicomios para salir en busca de
nuevas aventuras.
Concluyendo
por ahora mi misión, diré de la Somera lo que escribió en un libro sobre el “muerto
resucitado” un célebre abogado de Plasencia:
“Por
entonces padeció verdaderos ó fingidos, algunos ataques de locura, y en ellos
demostraba resistencia tenaz y frenética á ser conducida á otro manicomio que
al de San Baudilio, concluyendo por desear vivamente ir á dicho establecimiento”.
Como
entonces faltaban motivos para sospechar que pudiera ser comedia tal locura, lo
cual ya es hoy un problema, cuando menos, D. Felipe Cruz dio dinero á la Somera
y una carta de recomendación para que fuese á San Baudilio y sobrevino el
proceso del “muerto resucitado”.
La
locura de ahora y la de entonces, ¿serán igualmente fingidas?
El
sumario en su curso podrá indicarlo. La prueba del juicio lo decidirá>>.
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