San Cristóbal no es una de
esas fiestas que organiza una institución religiosa, política o pública, al
menos en Montánchez. La celebración de San Cristóbal en la localidad surge en
la década de los 60, cuando un grupo de amigos aficionados a los toros y al buen
comer y beber deciden organizar una capea que tuvo lugar en el recinto de un
antiguo molino en la ladera del castillo de Montánchez.
Todo
comenzó cuando un grupo de hombres maduros y fornidos se presenta en la Plaza
de España vestidos de toreros. Los trajes –más bien disfraces- eran bien
estrechos. Las panzas de estos buenos montanchegos no podían ser disimuladas
con los trajes. La escena debió de ser bien pintoresca y cómica.
A
continuación este grupo de amigos se desplazó hasta la citada parcela en la
ladera del monumento y celebró la capea de un novillo. En esa jornada no faltó
la comida ni la bebida. Era una fiesta privada organizada por esta peña de
amigos. No obstante, los peñistas se vieron sorprendidos por la cantidad
de vecinos de la localidad que se acercaron hasta el lugar.
Con
el paso de los años la fiesta fue haciéndose más popular y masiva. El grupo de
amigos que se encargaba de organizar San Cristóbal costeaba la fiesta mediante
el pago de una cuota. Fueron varias las ediciones en las que la capea se
celebró en fincas privadas. Después el Ayuntamiento les cedió la Plaza de Toros
de Montánchez. Ese fue el momento en que San Cristóbal adquiere un tono más
genérico, más popular, más masivo.
Una
ocasión en la que la capea se celebró en la Plaza de Toros, los peñistas y
demás montanchegos no fueron capaces de dar muerte al novillo, de modo que
llamaron al torero Paco de Lucena –con el que habían establecido cierta amistad
debido a la pasión por el toreo que les unía- para que se desplazara hasta
Montánchez y terminar la faena. Eran las 3 de la madrugada cuando el matador
llega, por fin. La Plaza de Toros seguía llena.
La
esencia de la fiesta era el toro, la buena comida y bebida y la unión de amigos
y vecinos. Los miembros de la peña se encargaban de torear al novillo, aunque
también contrataban a un muletilla para dar muerte al astado. Llegaron incluso
a editar una revista con motivo de San Cristóbal.
Por
otro lado, una parte importante de San Cristóbal es el homenaje y celebración
del gremio de los transportistas de la localidad. Entre media docena de amigos
de la peña compraron la figura del santo y decidieron llevarla a la ermita de
Fátima. Desde el principio, los transportistas quedan en la ermita y realizan
una procesión con sus vehículos. Estos avisaban al sacerdote de la localidad
con el objetivo de que bendiga sus medios de transporte cuando pasan por la Plaza
de España.
Un
episodio igual de cómico que el de los fornidos montanchegos disfrazados de
torero en la Plaza lo protagonizaban los taxis. Los peñistas encargados de
organizar San Cristóbal iban montados en los taxis de la localidad y se
paseaban por todo el pueblo asomando capotes por las ventanillas del vehículo.
Cuando llegaban a la Plaza se bajaban y hacían un paseíllo. Después todo el
mundo subía hasta la Plaza de Toros para disfrutar del festejo taurino.
Con
el paso de los años la fiesta progresó y fue tomada y aceptada tanto por el conjunto de la
población de Montánchez como por sus autoridades como una fiesta más. En
esencia, la celebración es bastante parecida a la primigenia. Sin embargo, el
carácter cómico y costumbrista ha desaparecido. En la actualidad el coste de esta celebración corre a cargo del Ayuntamiento; es decir, de todos los montanchegos.
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