Desde tiempo inmemorial Montánchez ha sido un pueblo muy
torero. A nuestros antepasados les encantaba esta celebración. Durante semanas,
un grupo de mozos se encargaba de trasladar palos de castaño desde los
‘castañales’ hasta la Plaza de España. Allí, un
grupo de hombres construía el ‘tablao’ y, a cambio, ganaban parte de los
ingresos por la venta de entradas para el festejo taurino.
Ataban palo sobre palo y de esta
forma hacían las troneras, los tabicones y las gradas. Cuando el ‘tablao’
estaba en construcción, un sentimiento muy especial recorría el interior de los
vecinos. Los niños jugaban a los toros. El trasiego habitual de esta ubicación
era mayor. Después se echaba algo de arena sobre la superficie. Entonces ya
estaba todo listo. La Plaza estaba preparada. Ya se olía a fiesta.
Tradicionalmente
las fiestas de septiembre de Montánchez –en honor a la Patrona de la localidad
la Virgen de la Consolación del Castillo- se han concentrado fundamentalmente
en la Plaza de España, donde además de los festejos taurinos se hacían churros
y se colocaban una gran cantidad de puestos ambulantes de chucherías. Incluso
había una tómbola.
La Plaza de España convertida en Plaza de Toros
Cuentan los montanchegos más ancianos
que la emoción era muy grande. El sentimiento de peligro era mayor. Muchos
toreaban, daban una carrera frente al toro o se paseaban por la plaza. No había
para muchas capas, de modo que usaban las chambras para instar al animal. A
cada ‘vasino’ de vino el mozo y no tan mozo montanchego se animaba más.
Los balcones de las casas de la plaza estaban a
reventar de personas –muchos de ellos se alquilaban a precios desorbitados-.
Las gradas llenas a rebosar. Incluso gente sentada sobre una cuerda tendida
entre dos balcones. Gente hasta en los tejados de las viviendas. Los
espectadores se llevaban las sillas y los bancos tinajeros de casa para
colocarlas en las gradas y disfrutar de la festividad.
Nadie se movía de las gradas hasta que el ‘mataor’
diera muerte al astado. Una tarea nada sencilla, pues el morlaco era de un
tamaño considerable. Banderillas, picas y espadas para rebajar y tentar al
animal. Medias lunas y excepcionalmente un tiro cuando la suerte del ‘mataor’
era esquiva. Después este pasaba la capa por las gradas para pedir una propina
a los espectadores. Una perra gorda o una perra chica, según la faena y el
presupuesto, le echaban.
El ‘tablao’ se
cayó
En 1964 el ‘tablao’ se cayó, fue un
gran caos, por suerte el toro permanecía en el toril o 'cosín'. Para ser
exactos, aunque la tradición oral montanchega ha insistido en que el ‘tablao’
se cayó, únicamente se plegó de un lado; en concreto, el ‘tablao’ que estaba
entre el Ayuntamiento y la botica de D. Donato. Este accidente, por suerte, no
tuvo consecuencias demasiado graves para la salud de las personas salvo algunas
contusiones y episodios de nerviosismo. Fue la última vez que se celebraron los
toros en la Plaza de España de Montánchez. Por eso trasladaron la celebración
de los toros a la nueva Plaza de Toros construida en el paraje donde se
encontraba la charca del Centenal. Se inauguró en 1967.
Mientras
los toros se hicieron en la plaza mucha gente fue torera. Era un espectáculo
muy bonito y participativo. Había cuantiosas cogidas y revolcones a los mozos.
A los toros iban muchos hombres en un estado evidente de embriaguez. En el
‘tablao’ se pagaba por las localidades que ocupabas aunque tenías que llevar tu
silla o el banco tinajero desde casa. Otro tipo de localidad era el ‘tabición’,
un asiento en primera fila que dejaba los pies en el aire de quien lo ocupaba.
‘Los Pindo’, los encargados
de encerrar a los toros
Los
siete hermanos de ‘los Pindo’ traían normalmente los toros desde las diferentes
fincas de la sierra en las que los animales se encontraban pastando durante los
meses de verano. Antes del amanecer iban los hermanos hasta la finca. La gente
más joven del pueblo saltaba las paredes de los diferentes campos que bordean
el camino de la sierra ver cómo ‘los Pindo’ guiaban a los animales.
Para llegar a la Plaza los pastores conducían a los animales
por las calles del pueblo. Esto causaba episodios de terror pues pillaban a
muchos vecinos de la localidad de improvisto. El encierro comenzaba a las
4:30-5 de la madrugada.
Era
una especie de encierro sin corredores. Pero esta familia no solo se encargaba
de traer al pueblo a los animales, también los encerraban en el ‘cosín’ de la Plaza.
El grupo de hermanos se agarraban de las manos los unos a los otros y así iban
quitando especio a los toros para que estos se vieran acorralados y entraran en
el ‘cosín’ que estaba en los soportales del Ayuntamiento.
Hay
un dicho en referencia a un astado muy bravo e imposible de guiar: <<esa
vaca no la encierran ni los Pindo>>. A los hermanos el Ayuntamiento les
daba alguna propina por encerrar a los morlacos. Era un espectáculo verlos
guiar a los toros. La Plaza se llenaba de gente solo para ver cómo metían a los
animales en el toril.
Los
dueños y cuidadores de los animales no les daban de comer desde unos días antes
al encierro con la idea de que los toros estuvieran débiles y así encauzarlos
por el camino más fácilmente. De esta forma bastaba con darle un golpe certero
en el hocico para que el bravo animal siguiera el camino indicado por el
pastor. Lo normal es que los toros entraran en la Plaza sin mayor complicación.
Lo difícil era meterlos en el ‘cosín’.
La
tradición de ‘los Pindo’ como pastores de los toros liados en Montánchez comenzó
cuando un grupo de hombres intentó llevar a los animales hasta el toril, pero no
fue posible. Era mediodía y los astados seguían en la plaza. ‘Los Pindo’ se
encontraban en ‘El Bodegón’ cuando llegó Manolo el municipal a pedirles que
encerraran a los toros. Uno de los hermanos pidió 500 pesetas a cambio de
encerrar a los dos morlacos. Por aquel entonces en la fachada del bar de los
Córdova estaba el burladero y fue allí donde en el primer intento para encerrar
a los animales enganchó un astado por el pantalón a uno de los hermanos.
Los
animales estaban resabiados y además la
calleja del ‘cosín’ estaba llena de gente que asustaba a los morlacos con varas
y picas. Tras vaciar la calleja de gente los toros entraron en el toril sin
demasiados problemas. Desde ese momento ‘los Pindo’ se encargaron de traer los
toros desde la sierra y encerrarlos en la plaza. Después, para celebrar la
faena, los hermanos fueron al bar de Córdova y pidieron dos baños para preparar
ponche e invitar a un trago a quien quiso. También invitaron a un bocadillo de
jamón al muletilla y al ayudante que lidiarían los toros esa jornada. Se
trataba de ‘el Cordobés’.
Un festejo taurino muy
peligroso
En
los festejos taurinos celebrados en la Plaza de Montánchez fueron muy
frecuentes las cornadas y revolcones, pero también, demasiadas veces, hechos
con mayores consecuencias. Muchos ‘toreros’ murieron en la plaza.
Episodio
de ‘el Corcio’: se trata de un señor de la localidad que llevaba a medias uno
de los ‘tablaos’ y que se despistó justo cuando iban a encerrar a uno de los
astados. Tuvo tan mala suerte que el animal lo envistió. Lo enganchó por la
chambra –jersey de tela con botones y sin cuello-, lo zarandeó y acabó matando
al señor. ‘Corcio’ llevaba bastante dinero encima en ese momento en los
bolsillos y a cada envestida del animal, iba cayendo sobre el suelo más y más
dinero. En este momento mucha gente de la plaza parecía más preocupada por
hacerse con algunas monedas o billetes de poco valor que en ayudar al señor.
Una referencia para los
amantes del toreo al estilo tradicional
La
importancia de los toros al estilo tradicional era muy destacada, no solo entre
la población de Montánchez, sino que eran una referencia a nivel comarcal y
provincial. Algunos de los toreros o muletillas que han lidiado en la Plaza del
pueblo fueron ‘el Retratista’, Díaz, ‘el Cordobés’, Pedro Infantes, el padre de
Juan Mora ‘Beleño’, entre muchos otros.
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'Nuevo Día' 15 de septiembre de 1927. |